Bla Bla Bla Goodbye Bla Bla Bla

domingo, 13 de marzo de 2011

Los turistas.





Seguimos la labor de salvamento y reflote del naufragio del eminente Café Cadáver. Hoy, tarde de domingo, metemos mano a un breve estudio sobre la ontología del turismo y algunos de los tipos de turistas más comunes en nuestra avanzada sociedad occidental y olé.



-Los Turistas.



Hace pocos años cuando uno se iba a las cruzadas, con una alegría y una ilusión tremendas como debe ser, pero se quedaba frito de un mal catarro o de un navajazo trapero mientras saqueaba alguna ciudad Europea a medio camino de la maldita Tierra Santa decía: ¡Que me quiten lo bailado, lo saqueado y lo violado, y además me voy derechito al cielo que me lo ha dicho el Papa!, ¡hosanna Señor!

Si a uno le daba por el comercio, o las batallitas, en el mediterráneo, como un abuelo Cebolleta, y acababa de esclavo eunuco en algún harén de Argel o Bagdad generalmente se decía: ¡Lo comido por lo bebido: por lo menos esto es exótico y vivo mucho más tranquilo desde que me han castrado!

Algo parecido pasaba cuando uno se embarcaba rumbo a las Américas y acababa pasado a cuchillo por un corsario inglés, cuando no por la piedra o por la quilla, o se lo tragaba una tormenta en mitad de la provincia de la Nada, capital Ninguna Parte, y no volvía a aparecer por su casa: ¡Gajes del oficio, mira, peor hubiera sido morirme de lepra o triquinosis en el terruño!

Son solamente tres casos, tres, reales como la vida misma y muy bien documentados, de entre los muchos miles que adornan, embellecen y alegran nuestra historia, muerta de risa y pena en los museos, ministerios, fábricas de edulcorante y casas de lenocinio.

Hoy en día, sin embargo, se oyen gritos inhumanos, clamores al cielo, invocaciones a Satán, vestiduras rasgadas, y cuando no se monta un Puerto Hurraco, si en el vuelo Guarrate- Braganza (precio total 24 €+ tasas) no les sacan un cubata bien cargadito antes de despegar o no les sirven unas peladillas para ir picando mientras miran pasar las nubes; y mejor ni hablamos de una posible huelga de controladores.

No es que la humanidad se haya vuelto menos estoica ni menos sufrida, es que se ha vuelto más gilipollas. De los vitalistas presupuestos del viajero de antaño sólo han quedado unas cenizas que se conocen como "turismo", por hacerse llamar de alguna manera y que por lo tanto puedan buscarse en Google desde la oficina.

Ese viajero era un individuo osado, curioso y que movido por sus deseos, necesidades y/o intereses emprendía un camino que no sabía muy bien adonde lo iba a llevar, ni mucho menos cómo ni cuándo iba a volver, si es que algún día volvía. Ya saben, el viaje como transformación, se hace camino al andar, de plomo las calaveras etc. etc.

Incluso dicen que hasta hace bien poco había gente con curiosidades e inquietudes que disfrutan visitando otros lugares, otras culturas y otras formas de entender el mundo, además de disfrutar del placer que aporta la siempre enriquecedora experiencia de saberse y sentirse un extranjero cualquiera, algo inimaginable para los renterianos “de toda la puta vida”, los Turolenses de “pura cepa”, los Madrileños “auténticos” o los “murcianos, murcianos”.

Por el contrario, atentos a la jugada, el turista no es sólo aquel que siempre vuelve del viaje, sino que incluso vuelve igual o, por imposible que parezca, aún más tonto y con cincuenta horas de video que convertiría en fratricidas a los hermanos Lumière y un centenar de fotografías horripilantes, amén de la colección de chapitas, llaveros y camisetas a cada cual más espantosa.

Para que se hagan una idea clara de la dimensión cósmica del apasionante tema que estamos tratando, les diré que grandes viajeros han sido Marco Polo, Odiseo, Barbanegra, el capitán Charcot, Lope de Aguirre, Atila, Gagarin, Darwin, Hofmann, Georgie Dann o Mr. Kurtz...

Sin embargo, en el reverso tenebroso, nos encontramos con los grandes turistas como son: Roldán, Madonna, Ramoncín, James Bond, Sting, Carod Rovira, Bill Gates, Aznar, Fermín Muguruza, Waldo, el Dalai Lama o Chacón... entre muchos, pero muchos otros.

Viendo qué tipo de individuos nos sirven como ejemplos para ilustrar este continuo peregrinaje tan gratuito como sin sentido de bípedos implumes, podemos entender cómo el “viaje” ha degenerado en “turismo”, convirtiéndose en una terrible guerra fría en la que los pueblos y naciones se hieren, se desprecian y se masacran mutuamente con canciones del verano, con esos horrorosos gorritos peruanos (con los que tenía pesadillas Lovecraft) y esas chancletas de cuero con calcetines blancos que parecen salidas de un exorcismo fallido.

Un campo de batalla descarnado y cruel donde sombrillas, balones hinchables, llaveros, camisetas de “I love Castro del Chotillo”, torres Eiffel en miniatura, sombreros mejicanos, bufandas de pelo de yak, perfumes de duty-free y champús y toallas robadas de hoteles son los trofeos que recuerdan con cinismo el grado de violencia ejercida contra las cosas de otras personas y contra las personas de otros países. Siempre contra los otros.

No se confundan, el turismo nace del egoísmo más ramplón, de la mentalidad de colonialista aficionado y de las ganas de molestar todo lo posible e incomodar la rutina y la vida cotidiana a personas que actualmente no nos hacen mayor mal que contar algún chiste sobre nuestra nacionalidad o reírse de acentos y estereotipos patrios, como todo el mundo libre hace desde hace siglos; El mundo no-libre también se cachondea, pero como viste y habla “raro”, no nos enteramos.

Ya se habrán dado cuenta entonces de que el turismo es puro odio; camuflado de meadas y vomitonas en portales y puertas de guarderías, sí. Disfrazado de inocente grupo armado con cámara y riñonera que desfila en perfecta formación, también. Escondido entre banderas arrancadas, arboles tronchados y niños traumatizados, ¡pero cómo no! Pero detrás de las apariencias y las formas sólo hay odio, puro odio.

Veamos a continuación una pequeña muestra de algunos tipos de turista, una catalogación horripilante de algunas de las más terroríficas formas y colores en los que esa perversión, tan común en nuestros días, cristaliza hasta convertir a un individuo en principio sano y normal en un monstruo del souvenir y un caníbal del detector de metales. Vamos que nos vamos.



-El turista Erasmus o "Eras mus"

Los papas y las mamás, ya se sabe, muchas veces están cegados por el amor, y por el deseo de perder de vista aunque sólo sea durante una temporada, a su retoño.

Incluso, los más ingenuos llegan a creerse que lo que no han podido años y años, y docenas de profesores públicos y particulares lo va a conseguir medio año en Bari, Mannheim o Cork; y que además su vástago, proyecto de jurista, informático o sociólogo, va a aprender dos o tres idiomas, a hacerse la cama, a no tocarse debajo de las sábanas y a cortarse las uñas de los pies sin la ayuda de su madre. Una utopía.

Por otra parte el nene, que generalmente está en los últimos años de pegar patadas al diccionario y a sus sufridos compañeros de curso, ya sabe que pertenece al grupo de los que se van a comer el mundo; también sabe que en cuanto se licencie, con honores y banda musical, y se le saque a hombros y por la puerta grande de su universidad con los gloriosos laureles de la ciencia infusa aún calentitos; le van a estar esperando media docena de limusinas enviadas por las mayores multinacionales del ramo para ofrecerle un sueldo multimillonario. Así que este nene se dice: “mira, me estoy cansando de jugar al mus en cafetería, voy a ver si me dan una beca de esas y pierdo la virginidad en algún pueblucho de Transilvania o de Andorra, antes de ponerme a trabajar para la Coca-Cola”.

Así que una vez instalados en Pernambuco, Rodez o Bruselas, enseguida se hará amigo de los estudiantes extranjeros más cachondos y enrollados del lugar, que curiosamente son todos de su país e incluso varios de su mismo barrio, y dedicará todas sus energías a agarrarse unos chuzos titánicos con kalimotxo y a conquistar sus objetivos sexuales e intelectuales.

Pero, ¡ay!, una vez que la “feíta” de Soria ha sido seducida, o aquel chaval tan simpático de Alcobendas que se ha traído la PlayStation ha caído; la psique del turista “mus” se hundirá en un abismo negro, y el placer de lo ganado se amargará con la obsesión por lo perdido: con un buen post festum pestum (post coitum tedium), será la morriña, tan ciega como atávica, la que sumirá al pobre “mus” en la peor de las miserias, que intentará paliar contándoselas con pelos y señales a sus sufridos papás diariamente y durante horas para alegría de las empresas de telefonía móvil:

No hay chorizo ni jamón en ningún sitio, no me sale la tortilla de patatas y cebollinos como a la mamma (¡Ay la mamma!), todo está muy caro, hace mucho frio/calor, echo de menos a mi gatito Chipi, aquí todos son unos sosos y unos estúpidos, echo mucho de menos las fiestas del pueblo y su media docena de muertos por los cabezudos psicópatas y la cabra despeñándose desde el campanario, quiero irme a mi casa, ¿me estás grabando los programas de muchachada nuí?, mándame unos calzoncillos que los tengo rotos, ¡tengo las uñas como mejillones mamá! etc. Etc. Etc.

Por si todo esto no fuera poco, y para hacer de un roto un descosido, los más audaces y resabidos, y se lo juro porque yo lo he visto con estos ojitos de mirón, se harán enviar regularmente medio kilo de pipas de Girasol Facundo por su siempre atenta familia, para que entre pipa y pipa el tiempo se les pase volando y puedan volver a su tierra para contarnos lo bien que vivimos aquí y ¡olé!

¿Vds. creen que esos seres merecen tener, no ya un pasaporte, sino siquiera acceso a la educación mientras cientos de miles de personas son tratados de “ilegales”? Eso mismo pienso yo también.


-El turista sexual.

El que les diga que la profesión más antigua del mundo es la prostitución, les está tomando el pelo o les está pidiendo su voto, que viene a ser lo mismo: la profesión más antigua es la de alcahueta, noble oficio que hoy en día también se conoce como agente de viajes; y es que gracias a los dólares a cualquier imbécil se le recibe en cualquier sitio con los brazos y las piernas bien abiertas o el culo en pompa.

Estas alcahuetas modernas se encargan de que la mulata cubana, el bigardo turco, la rubia ucraniana o el efebo griego se conviertan en experiencias indistinguibles del paisaje local, cultural y gastronómico, e indispensables para muchos turistas para los que el derramar su semilla en orificios de pago, aún a miles de kilómetros de sus hogares, es lo mejor que han conocido después de el onanismo de almohada y calcetín o los bocadillos de mayonesa.

Con esa carencia de sentimiento y romanticismo a lo Ameliè, es lógico que semejante calaña de individuos se apunten los primeros en la lista, sin dudarlo, a la hora de mezclar turismo con sexualidad, porque para eso se lo trabajan y se lo pagan, o como se decía antes de la mentalidad de “Rey del mambo” y de los vuelos Low-cost: ¡El gato es mío y me lo follo cuando quiero!

Este tipo de turismo permite que la pobre bibliotecaria sosita, y más bien “feíta”, pero que tanto ama a los animalitos, a las plantas y que toca el violonchelo como un ángel, consiga tocar, por primera vez, el cielo con ambas piernas y además, si le han quedado ganas de repetir, que siempre quedan, traerse un souvenir tamaño natural, palpitante, venoso y con bigote con el que dar color y alegría a su coqueto piso de soltera; o al menos hasta que se lo encuentre desvalijado una tarde de otoño. ¡Ah la poesía de las pequeñas cosas y sus adagios de despedidas, semen reseco y melancolía!

También permite que el informático treintañero, con coche y trabajo bien remunerado, de esos que se creen especialmente simpáticos, modernos y alegres, pero desgraciadamente no han conocido aún al “amor de su vida”, a su “media naranja”, ni han conocido mujer porque sigue siendo virgen; logre sentirse un ser humano después de su primer intercambio sexual y, lo que es más: Después de su primer fellatio pida en matrimonio al pobre transexual Hongkonés que tiene que estar soplándosela a cretinos babosos del primer mundo porque si no le crujen las costillas las tríadas y le hacen comerse sus propios testículos marinados con soja.

Otro gran ejemplo ilustrativo del turismo sexual es el del pedófilo clásico. Al pedófilo pobre no le queda más opción que tener que abusar de los niños y niñas de su ciudad, pero para aquel que tenga una economía saneada las modernas alcahuetas y la economía mundial también le ofrecen una multitud de destinos a países del tercer mundo, “Países guardería para los rompecorazones de las ciudades dormitorio” creo que es la última campaña, donde dar rienda suelta a su sensibilidad incomprendida: porque, como ellos dicen, en países en los que uno no pasa de los 30 años, a los 8 ya se es toda una mujercita, o un hombrecito, de los píes, de la cama, a la cabeza, del prepucio.

Entre las muchas heterodoxias en el mundo del T.S (no confundir con E.T.S), y es que por suerte la dimensión erótica es especialmente dada a ello, hay una bastante peliaguda que no quiero dejar sin citar: El turista político-sexual.

¿Qué en Davos hay reunión? ¡Allá que me voy a protestar, familia! ¿Qué en Génova se reúne el G-8? ¡Allá que me voy también a ver si también va la danesa Sally! ¿Qué el G-20 corta el bacalao en Londres? ¡A ver si veo a Jennifer entre protesta y protesta y nos vamos luego a su casa okupa! Un ir y venir agotador a la sombra del capitalismo rampante y la pancarta hipócrita.

El turista político-sexual es un turista sexual en “prácticas”, un turista junior que, quizá, pretende justificarse y disimular el vértigo y la culpa que siente sabiendo que se convertirá en una turista sexual “total” en muy pocos años, con la reivindicación, la pancarta y la protesta ciudadana a pie de calle.

Y es que las carencias psico-sexuales de haber crecido en un país donde el poso del nacional-catolicismo aparece hasta en los anuncios de compresas y el hecho de haber nacido en una familia de “progres de la transición” de los que ahora transitan con despacho y secretaria atentos al progreso de la industria, crea alguna carencia que otra y alimenta una serie de manías y extravagancias de nuevo rico como es el caso que tratamos.

Pero el turista político-sexual no tiene futuro, en pocos años, gracias generalmente al apellido, recordará con nostalgia aquellos años de rebeldía, protesta juvenil y activismo político-sexual mientras le dan un masaje completo (pagado por el ministerio) en algún burdel de Bangkok, mientras hace tiempo antes de asistir a alguna reunión que hace años intentaba reventar tocando la guitarra sin perder de vista el culo de las manifestantes y fantaseando sobre si llevarán el rostro del Che estampado en sus bragas.


-El turista envidioso.

¿Qué Pepón ha visitado Akron (Ohio)? Allá que se va nuestro amigo de repelente sombra y prodigiosos mal fario en sus próximas vacaciones, y encima con sombrero vaquero. ¿Qué los Gutiérrez han pasado la semana Santa en Lourdes para rogar un milagro para su pobre niña paralítica? ¡Allá que se va él y además descalzo y de rodillas!. ¿Qué Zerolo se ha echado un noviete en su último viaje por las islas griegas? ¡Le falta tiempo para comprar media tonelada de vaselina industrial y marcharse a experimentar con su sexualidad sin ni siquiera decirle nada a su sufrida, maltratada y alienada novia!

El turista envidioso siempre está alerta, siempre atento, siempre en una tensión constante, a él le importan dos higas los idiomas, la gastronomía, la cultura, los licores exóticos etc. Él lo único que no soporta es que alguien pueda, ni de lejos, haber visitado un lugar que él no haya trotado con sus patitas. Llamarle enfermo es quedarse muy corto amigos.

Este turista todo lo ve, en el mejor de los casos, desde la lente de su cámara, siempre último modelo; y en el peor de los casos con el ojete (no confundir con culus) porque estando siempre de espaldas a lienzos, columnas dóricas, prostitutas en escaparates y chiringuitos playeros por salir en la foto, es lo único que logra captar de todo el momento.

Pero al turista envidioso no le importa en absoluto porque solo le interesa una cosa: ¡Las pruebas de que él también ha estado allí!

Videos de 47 horas, miles de fotografías cuidadosamente catalogadas en tomos y tomos sobre su última visita a Badajoz o a Berlín, llaveros, sombreritos, pelucas, bolígrafos, peluches, ceniceros, camisetas: El turista envidioso a su vuelta parecerá una feria de turismo ambulante en lugar de una persona.

Para horror de sus sufridos compañeros, este individuo generalmente analista de sistemas, informático de empresa, director de recursos humanos etc. Se presentará a su vuelta ataviado como un hombre orquesta pero en lugar de con instrumentos con suvenires de todo tipo para impresionar pretendiendo amargarles otra pausa del café más exagerando sobre lo bien que se lo ha pasado en Tombuctú o en Benidorm, lo bonita que es la ciudad de El Paso y lo mucho que ha aprendido de la personal e intransferible experiencia acerca de la poesía de las pequeñas cosas, mientras pasa tacos y tacos de fotografías como quien reparte cromos con droga a la salida de un colegio, sin percatarse de que nadie da dos higas por sus problemas de autoestima y que sea una pena que con tanta gente fallecida por un mala gripe a ese cretino con botas lo tienen que seguir aguantando por educación y conmiseración.

Sólo el tiempo y el Photoshop dirá si algún día este tipo de individuos desaparecerán convirtiéndose en el envidioso repelente de siempre del que surgen, o si por el contrario, gracias a la globalización y la contaminación radiactiva desarrollarán poderes con lo que destruirán a la humanidad.


-El turista aburrido.

Este pobre diablo se aburre. Se aburre en su casa, se aburre en la de los demás, se aburre en los bares, se aburre en el circo, se aburre de aburrirse; su vida es un bostezo continuo de una intensidad cósmica atroz.

Qué es lo que le lleva a la acción turística es un enigma para la ciencia, pero el turista aburrido transita, no pierde oportunidad de pasear sus bostezos por medio mundo. Puede darse que el turista aburrido sea un optimista y que crea que su condición, su catástrofe personal más bien, se deba al ambiente y por lo tanto cambiando de aires se resuelva.

Muchos dicen que el turista aburrido es un romántico, otros dicen que un soñador, otros dicen que es un existencialista radical, muchos que es un situacionista zen, pero aunque nadie logre penetrar su misterio es casi con total seguridad que podemos afirmar que sólo es un pobre imbécil más.

La inercia del turista aburrido es prodigiosa: siempre estará allí, aún sin estar; en la última fila de cualquier foto de grupo, retozando en el último asiento del autobús que lo lleva a visitar la fábrica de refrescos Chanquete, detrás del ficus de la sala donde juegan al bingo en el hotel, siempre presente dentro de su ausente.

Durmiéndose por las esquinas, bostezando por los museos o arrastrándose por aeropuertos el turista aburrido se hace odioso. Pero si la desgana y el bostezo abundan, curiosamente la dimensión masoquista brilla por su ausencia: el turista aburrido es de una pasividad agresiva tan intensa que se hará odioso nada más comprobar si lleva o no el pasaporte encima.

Una pasividad agresiva, que se traduce en tener que arrastrarle, despertarle, empujarle y tener que cargar como con un bebé (¡que encima no es nuestro!) de una visita a otra por bancos, tranvías, bancos y museos, en el caso de que uno sea lo suficientemente pardillo para encontrarse dentro de su vida intima con uno de esos individuos y además le falte el coraje, o le sobre el sentimiento de culpa, como para abandonarle a su suerte mientras está adormilado, de nuevo, en cualquier butaca.

Esa agresividad también se traduce en la comunicación de estos peligrosísimos individuos: Media docena de monosílabos, cuarenta gruñidos y algún gesto vago, resumen todo la sofisticación comunicativa de la que hace gala el sujeto y que tendrá que ser suficiente para comunicar sus estados de ánimo atocinados y sus necesidades biológicas. Donde no hay no se puede rascar más y el café, la anfetamina y la inteligencia tienen sus límites.



-El turista gregario y/o familiar.

Menos el sexo y la petanca, toda actividad en grupo es fuente de los mayores males morales que la humanidad ha padecido y padece. La soledad no es que aporte a la civilización beneficios tremebundos, pero debido a su naturaleza se hace notar poco y molesta mucho menos y eso, viendo lo que se ve por el mundo, ya es mucho, casi un regalo de amor a la humanidad.

En esta dimensión turística que estamos tratando desde hace quince horas, o al menos eso parece, lo gregario es el pan duro nuestro de cada día; pero hay aún un grado mayor, una perversa vuelta de tuerca más, un rien ne va plus terrorífico en el que este tipo del turista no sólo se conforta y atocina en el grupo, sino que además se regodea en él como un cochinillo segoviano en su pocilga; y es que en el espeluznante mundo del turista, depredador de campos, ciudades y huertas, cuanto más imbécil sea, su gregarismo será aún mayor.

Este es un monstruo que si no se ve constantemente rodeado por su grupo de amigos (“el Charly”, la Josefa, “el Ronchas”, Pacorro, Borjamari, Katti, Jonathan, “el Melendis” etc.) o de personas del mismo corte, atavismos, traje regional, lengua, caspa, corte y confección, sufre atroces ataques de pánico que lo imposibilitan hasta para cruzar la calle, preguntar la hora, pedir un café con leche y no hablemos ya de patearse Oxford Street, las Tullerias o la Gran Vía.

Y es que este tipo de sujetos no se atreven ni a visitar a su abuela enferma de cáncer y tristeza en Fuenterrabía, que lo quiere tanto sin que nadie de la familia se pueda explicar el por qué, por reparo a viajar solos y por no haber viajes en grupo con los que trotar hasta los pies de la cama de la venerable anciana para suplicarle perdón.

El clan, la manada, el grupo de catetos a babor sirve a estos pobres miserables como protección y como burbuja desde la que asomar su idiotez por esos mundos de Dios tan ajenos y tan anchos.

Como habrán intuido lo que caracteriza primordialmente al sujeto/grupo de turistas gregarios es el ruido; y no me refiero exclusivamente al trote, a la simpática patada a la papelera o el alegre zapateado flamenco que estos grupos gustan marcarse cuando les da por demostrar al mundo su sano humor y su arte, no; me refiero al volumen de las formas con las que estas colonias trashumantes de individuos parece que se comunican entre ellos, ya sea haciendo público a voz en grito sus filosofías finas y sabrosos conceptos o organizando concursos de eructos.

Bellos comentarios lanzados liberalmente para beneficio de la humanidad son los chascarrillos sobre la cara de putas que tienen las señoritas en aquella ciudad, la cara de imbécil que tiene el señor calvo que pasea por delante de ellos, la mierda de cuadros que cuelgan en ese museo de mierda (el T.G es muy escatológico), lo tontos que parecen los niños de ese país tan callados y tan modosos que parecen gilipollas etc. y si encima van armados con unos bongos o una guitarra échense a temblar.

La traca estruendosa de finuras y perlas gramaticales es constante e indiscriminada y se dirige contra todo lo que se menea en el radio de acción de esas hordas. No es ya que les falte un ritmo, un tempo, que ordene sus majaderías y las dosifique, es directamente les falta el botón que regula el grado de vergüenza ajena, que a ellos les suena que es una enfermedad tropical.

Este tipo de individuos una vez crecidos tienden a pasar a integrar las filas del turismo familiar:

Lo que antes se conocía como a los “domingueros depredadores” de paella campestre, que siempre terminaba con un bello incendio forestal, gracias a la bonanza económica han podido cambiar el seiscientos por el autobús y en el mejor de los casos el vuelo internacional barato y dedicarse a dar a conocer su apellido y sus genes encarnados en sus mesnadas familiares para beneficio y regocijo del mundo.

El turista familiar es un turista gregario pero elevado al cubo: cambia la manada por el clan, y por lo tanto a las envidias, pequeñas miserias y enfados del grupo de amigos tontos del higo, añade además todo el vademécum que la vida familiar suele aportar a estos individuos: atavismos, problemas afectivos, odios cainitas, juegos de poder, enfermedades genéticas, chantajes emocionales, alcoholismo y escándalos en Nochebuena.

Los gritos de “Luisito deja a ese señor de la silla de ruedas en paz”, “Jonathan deja a esa señorita con cara de putón verbenero tranquila que no te entiende lo que dices” o “Raulito no des patadas al árbol que tu hermano está usándolo para hacer pi-pi” se mezclaran en alegre cacofonía con los “Carlota deja de pisar la cabeza a tu hermana Jennifer que el guarda de este museo de mierda te está mirando” o “Jonathan como no dejes de jugar con esa paloma muerta nos vamos al hotel y te pego con el cinturón”.

“Mama nos estás dando el viaje, tómate esta caja de pastillitas y estate calladita que estas medio chocha”, “Manuel eres un calzonazos estamos dando vueltas desde hace horas!”, “!Anda mujer si eso era un conejo gordo qué va a ser un señor en bicicleta!” o “Abuelo bájese a mear en esta gasolinera que nosotros lo esperamos” son frases que se suelen repetir en muchos juzgados de nuestro país y que hasta que se prohíba el libre desplazamiento a grupos mayores de dos individuos, y además sin parentesco el horror no terminará nunca.



-El turista culto.

Olvídense del tema, el turista culto no existe: Es una impostura, una entelequia. El verdadero turista culto no es un turista, es un viajero, y como tal viaja con poco equipaje, preferiblemente solo y además discrimina intentando esquivar a los turistas que le salen al paso como quien esquiva las piedras del estofado de lentejas o las canciones de Jarabe de Palo.

El turista culto es quizá el turista más retorcido de esta feria de monstruos y prodigios, sobre todo por su capacidad de mímesis con respecto al viajero y por lo tanto, parte de una posición ventajosa para engañar a otros turistas neófitos a los que parasitar.

El turista culto retroalimenta a costa de la salud de otros, sus delirios de creerse que es una “persona de mundo” por haber visitado Cuenca, Saint tropez, haber hecho escala en el aeropuerto de Villabotijos, además de seguir cualquier coleccionable dominical sobre viajes, guardar como en oro en paño las guías turísticas que se regalan con las salchichas Chisparritas o las magdalenas Fernández o tener los cincuenta videos de la colección “Grandes tetas y grandes ciudades” y un chaleco, sin estrenar, del Coronel Tapioca.

Y es que el turista culto sufre del terrible complejo del Nazareno: El turista culto necesita discípulos, sus surrealistas conocimientos solo le reportan placer en el momento en que los puede sacar a relucir, con o sin sentido, delante de cualquier pobre pardillo, con la intención de ganarse su admiración, su confianza e incluirle a él, y posiblemente a los suyos, en sus disparatadas aventuras. Las parejas de Cuenca, el grupito de San Sebastián o al empresario despistado de Barcelona, el turista culto no le dice que no a nadie, para él cualquiera puede “aprovecharse” de su sabiduría, de su saber estar y de su saber hacer.

Cuando dos machos Alfa turistas cultos se encuentran en la misma excursión/campo de caza, dan espectáculo bochornoso buscando ganarse la confianza del grupo de panolis; son auténticos campos de batalla lingüística donde los disparates de mayor calibre caen inmisericordemente como bombas ante la atónita concurrencia.

-¿Qué uno comenta lo espectacular que es la chumbera milenaria del kilómetro 345 de la muralla china? El otro responderá que la taberna Gi-Li poh-Lla del km 457 sirven los mejores rollitos de “verano” de toda Asia. Y así durante una media hora larga de disparates descabellados y memeces explotando en el aire como bombas en Sarajevo, hasta que, por fuerza llegan a las manos y comienza el festival de puñetazos y patadas entre los dos tarugos, para regocijo de los torturados testigos de tanta memez, si los hubiera.

Pero una vez en sus garras no hay vuelta atrás. Si Vd. es tan cretino como para dar cuerda a un individuo tan claramente perturbado puede despedirse para siempre de los suyos, de su vida cotidiana y hasta de su personalidad porque empieza un descenso a los infiernos que le marcará de por vida.

Un mundo en el que frases aparentemente innocuas como “Son cuatro gotas y luego escampa, es el clima de la zona”, “arrímese hombre que estos animales son muy mansos y no muerden”, “No mire ahora pero esas señoritas no nos quitan ojo, jejejeje”, “coma, coma, que lo que no mata engorda”, “nada, tíreles unas monedas y nos dejaran en paz, aquí es costumbre”, “no se quite los zapatos antes de entrar porque se pueden ofender”, “Súbase, hombre, súbase que nos hacemos la foto juntos, que esto es antiguo pero aguanta” o “déjeme a mí que conozco la cultura y soy el amo del regateo” siempre serán invitaciones a la tragedia, y no solo eso:

Un turista culto es el que en Roma e intentándole llevar al bar de un amigo de un primo del que el suplemento de El País dice que prepara los mejores tagliatelle del mundo mundial, les perderá por calles, caminos y colinas, aún con el mapa en sus manos, acabando inexplicablemente tres días después en un poblado de chabolas en Rumanía antes de pernoctar en el hospital sin riñones y con el ya perdido virgo en carne viva.

Un turista culto es el que por prácticamente obligarles por la fuerza a visitar el museo internacional del guiñol hecho con patatas polacas, de cuatro piezas en exposición y con sede en una casa privada con olor a meados de perro, perderán su vuelo de vuelta, en el aeropuerto, y gracias a sus trámites y reclamaciones furibundas, carreras de puerta de embarque a puerta de embarque y cinco ataques de pánico, se dará cuenta de que después de 12 horas de tensión vuelven a casa, pero que han perdido el equipaje, el pasaporte y la cartera y sólo tienen en sus manos una nota con el mail y el teléfono de nuestro turista culto invitándoles a volverse a ver y a repetir la experiencia.

Turista culto es el que emocionado les querrá llevar a “aquel-otro-museo-que-ahora-no-me-acuerdo-del-nombre-pero-tiene-toda-la-obra-de-yonkikowsky” en la otra punta de la ciudad y habiendo salido de madrugada del hotel (¡porque la gente se pega por los billetes!) terminarán volviendo de madrugada con tres bajas por lipotimia, cuatro por atropello, dos por robo con violencia, media docena de callos en carne viva, y todos sin haber visto ni museo, ni una sola fuente que funcionase durante el terrorífico peregrinaje por el que han estado subiendo y bajando docenas de veces una avenida interminable bajo un sol de misericordia, ni Yonkikowsky ni la madre que lo parió.

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